viernes, 26 de agosto de 2011

Enmudecida

La tele muestra cosas que nadie ve,
los libros cuentan relatos a veces insensatos,
el Señor de la esquina deambulante
se recrea hablando de la gente
sin siquiera observar en sus pupilas.
Los murcielagos circundan y
el reflejo de tus ojos se hace gelido.

Todo conspira en un incesante atarceder y anochecer
quedando las noches al destierro.

Los desechos solidos de tus pesares
se mecen sobre mi esqueleto,
punzantes,
descompuestos,
casi impenetrables.

Llegas así a pensar: la tierra tiene dueño.
Cuando sus gritos desesperados
solo aparecen en silencio.
Aun asi dices amarla,
aun cuando lo que siempre has hecho es dañarla,
al robarle de sus ganas
la curiosidad y el deseo de vibrar
como todo lo vivo
como todo lo que nace dentro del caos de los supuestos.

Lo verdaderamente humano,
el equilibrio con el mundo,
el desconocido escenario
de lo incierto,
de lo pleno.

Emerge asi nuevamente
                                        ella
la palabra
repleta y anidada de silencios.

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