De acuerdo con Silverio González la sociedad venezolana siempre ha existido inmersa en una tensión permanente entre lo que declama ser y lo que efectivamente somos y hacemos. Esto no es un asunto casual, se trata del reflejo de los influjos de una sociedad que ha crecido en torno al eje de significación cultural de la modernidad, definiéndose entre ser una ciudad negativa o una positiva, o sencillamente intentar traducirse como el reflejo de su espíritu urbano.
Será a través de este hilo conductor como el autor intentará darnos una idea de la significación cultural predominante en el proceso de conformación de la ciudad venezolana, considerando como elemento fundamental el sentido de la ciudad, cuando nos plantea “uno se hace a partir de lo que es, y esa actividad sólo adquiere sentido cuando significa algo para otro”.
De esta forma, el autor nos propone una mirada dialéctica de la cuidad venezolana, teniendo presente el contexto que le precede para poder entender el ahora y atender con mayor detenimiento y menor determinación el después, desde una visión global y, entretanto, sujeta a profundos y diversos cambios en su totalidad.
De esta manera, la relación entre la ciudad positiva y la ciudad negativa se nos muestra como la relación antropológica entre el yo y el otro. Tesis que conlleva a prestar atención a la relación con el otro anónimo, con el diferente, o con el otro sin voz, con el nosotros. El primero, muchas veces negado pero que acecha, en cada giro de nuestra jornada vital. Poniéndonos de frente con la idea de reelaborar nuestra concepción sobre esa ciudad planteada por la modernidad para entender parte de las insatisfacciones que sentimos.
En este orden de ideas, hablar de la ciudad positiva implica entender que -en tanto positiva- la misma responde al paradigma positivista de la realidad, en función de la relación sujeto-objeto, siendo el sujeto el significante de la razón y el objeto el de la experiencia, controlada en cualquier lugar y tiempo. Por lo que el conocimiento es reconocido como la principal virtud humana que nos permite identificar la “univoca” respuesta correcta y universal en torno a la ciudad ideal.
Lo anterior basando el análisis en un modelo de la ciudad, la cual proviene desde la visión ilustrada, y por tanto eurocéntrica, que muestra la ciudad como la expresión de la superioridad civilizatoria o la llamada “cuna de la civilización”, frente a una provincia venezolana dominada por las razas inferiores y por tanto “racionalidades subalternas”.
Desde esta perspectiva, el hombre feliz es quien vive plenamente haciendo uso del orden de la ciencia y la técnica para conseguir la ciudad ordenada acorde al modelo racional definido por la ciencia. De lo contrario, los problemas de la ciudad actual tienen que ver con reminiscencias del pasado. De ahí que la ciudad futura será mejor gracias al progreso científico y material, y será progresista en la medida que se base en su estudio matemático comprendiendo que las funciones básicas del hombre - hábitat, trabajo, cultura y diversión- respondiendo a los cuatro cuadrantes cartesianos del racionalismo, en donde el eje horizontal es el del orden y el vertical el del progreso. Ubicándolos pragmáticamente de la siguiente manera: el trabajo (+,+), hábitat (+,-), la cultura (-,+) y la diversión (-,-). Y de acuerdo a este esquema es como deben definirse los espacios de la ciudad.
Sin embargo, en el siglo XX, la física cuántica, la teoría de la relatividad y el espíritu de la época influyeron en una flexibilización de la posición positivista conocida como neopositivismo que, de acuerdo con Karl Popper, expresa que la realidad existe objetivamente, pero reconoce que resulta muy difícil de aprehender, por eso el conocimiento científico admite el margen de error, y sólo puede aspirar a ser problablemente cierto, y nunca verificable, para la cual requiere de la mayor dosis de crítica posible entre expertos que asegure una vía a la falsabilidad de hipótesis, antes que a su verificación.
En relación con los elementos que nos permiten definir la ciudad positiva, su base definitoria tiene que ver con el tamaño, donde el elemento fijo de residir en un lugar es lo central. Sin embargo, el principal reto que debe afrontar la construcción de un modelo como el referenciado para nuestra realidad urbana, es la urbanización difusa que ha evolucionado sobre la ocupación anárquica del suelo venezolano. Aunque es necesario tener presente que este modelo ordena, jerarquiza, reduce la realidad, se obvian contexto, opiniones locales y se impone el orden de la teoría. La realidad está en la teoría, por lo que la crítica a la ciudad positiva estriba en el hecho de considerar que no existe una sola definición, la misma sólo será válida de acuerdo con un contexto la intencionalidad del investigador. En consecuencia, y siguiendo los señalamientos del autor, las estadísticas están en el deber de facilitar y no de rigidizar o encuadrar los datos en función de un modelo de verdad o un mundo ideal decidido únicamente por unos investigadores en nombre de la ciencia.
Venezuela al ser un país con más del 90% de su población urbana, se presenta como uno de los países más urbanizados de América y del mundo, sin embargo en la actualidad con el transito diario de pobladores que van y vienen se vislumbra un pasaje de una lógica urbana material zonal a otra inmaterial, conectiva o como la llama Dupuy reticular, o trajectiva, en donde no hay ni centro único, ni limites, ni estructuras sobrecontextuales, ganando atención la idea de los procesos dinámicos, de los flujos, de las interacciones diarias, de la interpretación como mirada ubicada en un contexto abriéndonos a una realidad de múltiples posibilidades.
Entender la ciudad sin definiciones únicas hace reaparecer en ámbito de la interacción, de la comunicación del espacio/tiempo de múltiples significaciones merecidamente llamado urbano, cuya invención se remonta a la polis griega y cuyo tratamiento en el pensamiento urbanístico latinoamericano avanza hacia la idea de la ciudad-mercado del liberalismo económico. Haciendo necesaria la intervención política del enfoque en la búsqueda de una estructura equilibrada, en el logro de una economía planificada.
De esta manera, la ciudad radiante de hoy no llena las expectativas de la modernidad después de dos siglos, y paradójicamente la visión positiva de la ciudad que busca negar el desorden contribuye a su creciente existencia. De ahí la importancia de reconocer la otra ciudad. La negativa.
La ciudad negativa resalta la subjetividad, la particularidad individual y la trasgresión de ese orden. Idea de ciudad fuertemente marcada por la cristianización del mundo occidental, en donde el hombre pasa a ser el interlocutor del poder divino, por encima de la naturaleza. Sin embargo, el relato sobre la separación de los hijos de Adán (Cain y Abel) simboliza la confrontación entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre por la atención de nosotros, los pecadores. Tensión que ha angustiado a la cultura occidental por siglos. Pero la ironía cristiana esta en pretender que la ciudad del hombre triunfara sobre la de Dios, donde la esperanza humana, arrebatándoselo al tiempo eterno de la salvación y de la revelación, con el objeto de prometer el paraíso – esta vez- humano: el progreso. Una ciudad desarrollada que lograría el triunfo de la razón.
De esta forma, el ser humano que es naturaleza, se pensará sobre ella, contra ella, mientras que la unidad vertical con Dios busca estimular la individualidad, por ello la ciudad del hombre es pecadora, pero es en las ciudades donde el cristianismo se expande y elabora.
Otra perspectiva que refuerza la idea de la ciudad negativa es el romanticismo, movimiento que responde negando la razón ilustrada y positiva para señalar que lo importante es que cada persona valora y se comprometa a buscar, y no lo que esa búsqueda consiga. La expresión libre es lo que importa, no el conocimiento científico, la realización del espíritu humano estriba en la realización sin trabas de sus potencialidades, no traicionarse es la consigna. Por tanto, las obras u objetos creados por el hombre en su contexto cultural, no pueden describirse sin comprender los propósitos de sus creadores, de ahí que la uniformidad y homogenización propia de la sociedad industrial, no puede entenderse más que como un antagonismo romántico.
La naturaleza ocupará así, un lugar central en la idea romántica de la ciudad. No hay espacios, ni centros, no armonía, ni orden racional. El único objeto significativo es el cuerpo y sus pasiones. Sin embargo, este enfoque sigue siendo parte de los planteamientos de la modernidad en torno a la ciudad, en principio porque no repite ritualmente la tradición, la cambia recreándola. En segundo lugar, el ser se sigue haciendo a sí mismo. Tercero, parte de un conflicto con lo otro: con la ilustración, cayendo en un ejercicio de la razón crítica propio de la modernidad. Por último, el tiempo originario que el romanticismo añora pareciera una negación de la idea de futuro, propio de la modernidad. Sin embargo, es importante señalar que de acuerdo con Paz, la lectura latinoamericana del romanticismo no tuvo la carga disruptiva que se registró en Europa.
Seguidamente, el marxismo¸ es otra postura que refuerza la idea de la ciudad negativa, que partiendo de la teoría crítica y la visión del conflicto nos permite ver como por ejemplo la división social entre el trabajo manual y el intelectual constituye la relación de poder que se expresa en la división campo-ciudad. Por ello, la ciudad es la expresión espacial de una sociedad de clases. Asimismo, Marx señala que las relaciones sociales de producción son determinantes de la formación social, por lo que la ciudad del marxismo es la ciudad disuelta, donde la distribución equitativa de los recursos en el territorio anularía cualquier punto de concentración de beneficios. Por tanto la ciudad es sinónimo de explotación.
Otra corriente de pensamiento que refuerza la idea de la ciudad negativa es el urbanismo culturalista que muestra una apreciación negativa de la ciudad que evoca el principio antonómico, artístico y pasional del romanticismo, y en general, la asociación de la gran ciudad con atributos negativos tales como la corrupción moral (cristianismo) o la alienación e injusticia (marxismo). Prestando así más atención a lo que mantiene su historia originaria, que a lo nuevo, lo que repite ciertos estándares.
En síntesis, la ciudad negativa niega todo modelo, no hay un orden, no hay determinaciones, no se sabe qué contenido tiene porque en cada caso es diferente, porque cada vez es una creación. Propone irrumpir contra la ciudad positiva y su poder concentrador. Su énfasis revolucionario puede interpretarse en tanto identidad cultural de resistencia de quienes no quisieron aceptar los moldes de la positividad como sentido de vida, pero que al apartarse quedan desarraigados de los avances productivos, y despolitizados en su relación con los otros.
Finalmente, y como síntesis de los planteamientos del autor, es necesario señalar que lo urbano no se concibe como esencia sino como forma cuya representación es la simultaneidad, es decir, un encuentro diferenciado de tiempos cuyas redes y flujos se superponen e intrincan. Una malla de centros que evoca la policentralidad, que comporta una dimensión físico-espacial, pero también otra temporal.
Sin embargo, no ha habido una definición del tipo de mirada que necesita el espíritu urbano. De allí, que el instrumental para la lectura de la ciudad no lo encontraremos en la historia de la arquitectura, ni en las teorías de la forma urbana, ni en la conciencia simple del sujeto, sino en la ideología de esa sociedad.
Entretanto, en la actualidad avizoramos como muchas sociedades han pasado de un modo de desarrollo industrialista a uno informacionista, en donde los procedimientos informacionales están remodelando los fundamentos materiales de la sociedad e importantes cambios sociales han acompañado este proceso, en particular el aumento de las desigualdades.
El problema es que la nueva lógica informacional ha hecho que la ruptura cultural se agigante, donde lo urbano se anuncia en la base material, pero el discurso antagónico del poder, en la cultura, impide su concreción. Es por ello que para el autor hace falta un espíritu urbano, una idea de convivencia que conecte el hacer y el ser en la cultura moderna, que subvierta el discurso de las dos ciudades antagónicas, o que reinvente un nuevo discurso que recree el mundo social.
Pero ya en la actualidad hasta ese espíritu urbano conectable a partir de la comunicación, ha sido ideologizada por la ciudad positiva, al enfatizar en el mundo de los objetos, de su poder posesivo, de los símbolos saturantes, de las palabras separadas del mundo del sentimiento y del significado; entretanto, la ciudad negativa se encierra en los sentimientos más profundos y rechaza con violencia la repetición positiva.
Será a través de este hilo conductor como el autor intentará darnos una idea de la significación cultural predominante en el proceso de conformación de la ciudad venezolana, considerando como elemento fundamental el sentido de la ciudad, cuando nos plantea “uno se hace a partir de lo que es, y esa actividad sólo adquiere sentido cuando significa algo para otro”.
De esta forma, el autor nos propone una mirada dialéctica de la cuidad venezolana, teniendo presente el contexto que le precede para poder entender el ahora y atender con mayor detenimiento y menor determinación el después, desde una visión global y, entretanto, sujeta a profundos y diversos cambios en su totalidad.
De esta manera, la relación entre la ciudad positiva y la ciudad negativa se nos muestra como la relación antropológica entre el yo y el otro. Tesis que conlleva a prestar atención a la relación con el otro anónimo, con el diferente, o con el otro sin voz, con el nosotros. El primero, muchas veces negado pero que acecha, en cada giro de nuestra jornada vital. Poniéndonos de frente con la idea de reelaborar nuestra concepción sobre esa ciudad planteada por la modernidad para entender parte de las insatisfacciones que sentimos.
En este orden de ideas, hablar de la ciudad positiva implica entender que -en tanto positiva- la misma responde al paradigma positivista de la realidad, en función de la relación sujeto-objeto, siendo el sujeto el significante de la razón y el objeto el de la experiencia, controlada en cualquier lugar y tiempo. Por lo que el conocimiento es reconocido como la principal virtud humana que nos permite identificar la “univoca” respuesta correcta y universal en torno a la ciudad ideal.
Lo anterior basando el análisis en un modelo de la ciudad, la cual proviene desde la visión ilustrada, y por tanto eurocéntrica, que muestra la ciudad como la expresión de la superioridad civilizatoria o la llamada “cuna de la civilización”, frente a una provincia venezolana dominada por las razas inferiores y por tanto “racionalidades subalternas”.
Desde esta perspectiva, el hombre feliz es quien vive plenamente haciendo uso del orden de la ciencia y la técnica para conseguir la ciudad ordenada acorde al modelo racional definido por la ciencia. De lo contrario, los problemas de la ciudad actual tienen que ver con reminiscencias del pasado. De ahí que la ciudad futura será mejor gracias al progreso científico y material, y será progresista en la medida que se base en su estudio matemático comprendiendo que las funciones básicas del hombre - hábitat, trabajo, cultura y diversión- respondiendo a los cuatro cuadrantes cartesianos del racionalismo, en donde el eje horizontal es el del orden y el vertical el del progreso. Ubicándolos pragmáticamente de la siguiente manera: el trabajo (+,+), hábitat (+,-), la cultura (-,+) y la diversión (-,-). Y de acuerdo a este esquema es como deben definirse los espacios de la ciudad.
Sin embargo, en el siglo XX, la física cuántica, la teoría de la relatividad y el espíritu de la época influyeron en una flexibilización de la posición positivista conocida como neopositivismo que, de acuerdo con Karl Popper, expresa que la realidad existe objetivamente, pero reconoce que resulta muy difícil de aprehender, por eso el conocimiento científico admite el margen de error, y sólo puede aspirar a ser problablemente cierto, y nunca verificable, para la cual requiere de la mayor dosis de crítica posible entre expertos que asegure una vía a la falsabilidad de hipótesis, antes que a su verificación.
En relación con los elementos que nos permiten definir la ciudad positiva, su base definitoria tiene que ver con el tamaño, donde el elemento fijo de residir en un lugar es lo central. Sin embargo, el principal reto que debe afrontar la construcción de un modelo como el referenciado para nuestra realidad urbana, es la urbanización difusa que ha evolucionado sobre la ocupación anárquica del suelo venezolano. Aunque es necesario tener presente que este modelo ordena, jerarquiza, reduce la realidad, se obvian contexto, opiniones locales y se impone el orden de la teoría. La realidad está en la teoría, por lo que la crítica a la ciudad positiva estriba en el hecho de considerar que no existe una sola definición, la misma sólo será válida de acuerdo con un contexto la intencionalidad del investigador. En consecuencia, y siguiendo los señalamientos del autor, las estadísticas están en el deber de facilitar y no de rigidizar o encuadrar los datos en función de un modelo de verdad o un mundo ideal decidido únicamente por unos investigadores en nombre de la ciencia.
Venezuela al ser un país con más del 90% de su población urbana, se presenta como uno de los países más urbanizados de América y del mundo, sin embargo en la actualidad con el transito diario de pobladores que van y vienen se vislumbra un pasaje de una lógica urbana material zonal a otra inmaterial, conectiva o como la llama Dupuy reticular, o trajectiva, en donde no hay ni centro único, ni limites, ni estructuras sobrecontextuales, ganando atención la idea de los procesos dinámicos, de los flujos, de las interacciones diarias, de la interpretación como mirada ubicada en un contexto abriéndonos a una realidad de múltiples posibilidades.
Entender la ciudad sin definiciones únicas hace reaparecer en ámbito de la interacción, de la comunicación del espacio/tiempo de múltiples significaciones merecidamente llamado urbano, cuya invención se remonta a la polis griega y cuyo tratamiento en el pensamiento urbanístico latinoamericano avanza hacia la idea de la ciudad-mercado del liberalismo económico. Haciendo necesaria la intervención política del enfoque en la búsqueda de una estructura equilibrada, en el logro de una economía planificada.
De esta manera, la ciudad radiante de hoy no llena las expectativas de la modernidad después de dos siglos, y paradójicamente la visión positiva de la ciudad que busca negar el desorden contribuye a su creciente existencia. De ahí la importancia de reconocer la otra ciudad. La negativa.
La ciudad negativa resalta la subjetividad, la particularidad individual y la trasgresión de ese orden. Idea de ciudad fuertemente marcada por la cristianización del mundo occidental, en donde el hombre pasa a ser el interlocutor del poder divino, por encima de la naturaleza. Sin embargo, el relato sobre la separación de los hijos de Adán (Cain y Abel) simboliza la confrontación entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre por la atención de nosotros, los pecadores. Tensión que ha angustiado a la cultura occidental por siglos. Pero la ironía cristiana esta en pretender que la ciudad del hombre triunfara sobre la de Dios, donde la esperanza humana, arrebatándoselo al tiempo eterno de la salvación y de la revelación, con el objeto de prometer el paraíso – esta vez- humano: el progreso. Una ciudad desarrollada que lograría el triunfo de la razón.
De esta forma, el ser humano que es naturaleza, se pensará sobre ella, contra ella, mientras que la unidad vertical con Dios busca estimular la individualidad, por ello la ciudad del hombre es pecadora, pero es en las ciudades donde el cristianismo se expande y elabora.
Otra perspectiva que refuerza la idea de la ciudad negativa es el romanticismo, movimiento que responde negando la razón ilustrada y positiva para señalar que lo importante es que cada persona valora y se comprometa a buscar, y no lo que esa búsqueda consiga. La expresión libre es lo que importa, no el conocimiento científico, la realización del espíritu humano estriba en la realización sin trabas de sus potencialidades, no traicionarse es la consigna. Por tanto, las obras u objetos creados por el hombre en su contexto cultural, no pueden describirse sin comprender los propósitos de sus creadores, de ahí que la uniformidad y homogenización propia de la sociedad industrial, no puede entenderse más que como un antagonismo romántico.
La naturaleza ocupará así, un lugar central en la idea romántica de la ciudad. No hay espacios, ni centros, no armonía, ni orden racional. El único objeto significativo es el cuerpo y sus pasiones. Sin embargo, este enfoque sigue siendo parte de los planteamientos de la modernidad en torno a la ciudad, en principio porque no repite ritualmente la tradición, la cambia recreándola. En segundo lugar, el ser se sigue haciendo a sí mismo. Tercero, parte de un conflicto con lo otro: con la ilustración, cayendo en un ejercicio de la razón crítica propio de la modernidad. Por último, el tiempo originario que el romanticismo añora pareciera una negación de la idea de futuro, propio de la modernidad. Sin embargo, es importante señalar que de acuerdo con Paz, la lectura latinoamericana del romanticismo no tuvo la carga disruptiva que se registró en Europa.
Seguidamente, el marxismo¸ es otra postura que refuerza la idea de la ciudad negativa, que partiendo de la teoría crítica y la visión del conflicto nos permite ver como por ejemplo la división social entre el trabajo manual y el intelectual constituye la relación de poder que se expresa en la división campo-ciudad. Por ello, la ciudad es la expresión espacial de una sociedad de clases. Asimismo, Marx señala que las relaciones sociales de producción son determinantes de la formación social, por lo que la ciudad del marxismo es la ciudad disuelta, donde la distribución equitativa de los recursos en el territorio anularía cualquier punto de concentración de beneficios. Por tanto la ciudad es sinónimo de explotación.
Otra corriente de pensamiento que refuerza la idea de la ciudad negativa es el urbanismo culturalista que muestra una apreciación negativa de la ciudad que evoca el principio antonómico, artístico y pasional del romanticismo, y en general, la asociación de la gran ciudad con atributos negativos tales como la corrupción moral (cristianismo) o la alienación e injusticia (marxismo). Prestando así más atención a lo que mantiene su historia originaria, que a lo nuevo, lo que repite ciertos estándares.
En síntesis, la ciudad negativa niega todo modelo, no hay un orden, no hay determinaciones, no se sabe qué contenido tiene porque en cada caso es diferente, porque cada vez es una creación. Propone irrumpir contra la ciudad positiva y su poder concentrador. Su énfasis revolucionario puede interpretarse en tanto identidad cultural de resistencia de quienes no quisieron aceptar los moldes de la positividad como sentido de vida, pero que al apartarse quedan desarraigados de los avances productivos, y despolitizados en su relación con los otros.
Finalmente, y como síntesis de los planteamientos del autor, es necesario señalar que lo urbano no se concibe como esencia sino como forma cuya representación es la simultaneidad, es decir, un encuentro diferenciado de tiempos cuyas redes y flujos se superponen e intrincan. Una malla de centros que evoca la policentralidad, que comporta una dimensión físico-espacial, pero también otra temporal.
Sin embargo, no ha habido una definición del tipo de mirada que necesita el espíritu urbano. De allí, que el instrumental para la lectura de la ciudad no lo encontraremos en la historia de la arquitectura, ni en las teorías de la forma urbana, ni en la conciencia simple del sujeto, sino en la ideología de esa sociedad.
Entretanto, en la actualidad avizoramos como muchas sociedades han pasado de un modo de desarrollo industrialista a uno informacionista, en donde los procedimientos informacionales están remodelando los fundamentos materiales de la sociedad e importantes cambios sociales han acompañado este proceso, en particular el aumento de las desigualdades.
El problema es que la nueva lógica informacional ha hecho que la ruptura cultural se agigante, donde lo urbano se anuncia en la base material, pero el discurso antagónico del poder, en la cultura, impide su concreción. Es por ello que para el autor hace falta un espíritu urbano, una idea de convivencia que conecte el hacer y el ser en la cultura moderna, que subvierta el discurso de las dos ciudades antagónicas, o que reinvente un nuevo discurso que recree el mundo social.
Pero ya en la actualidad hasta ese espíritu urbano conectable a partir de la comunicación, ha sido ideologizada por la ciudad positiva, al enfatizar en el mundo de los objetos, de su poder posesivo, de los símbolos saturantes, de las palabras separadas del mundo del sentimiento y del significado; entretanto, la ciudad negativa se encierra en los sentimientos más profundos y rechaza con violencia la repetición positiva.
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